De un tiempo a esta parte, procuro estar más alerta de las señales dispersas en la vida: las fácticas y las oníricas, por supuesto. La más frecuente es la del libro que dí por perdido, tras revisar la biblioteca en todas las direcciones, para luego encontrarlo muy campante sobre el escritorio ¿Estuvo siempre ahí o es un descarado recurso para que lo lea? Con el tiempo, he notado que los libros fantásticos son los que más apelan a esta estratagema. Otra señal que siempre me desconcierta es la de los sueños premonitorios (heredada de mi madre) que, de alguna manera, anticipan situaciones o diálogos que vivo en la vigilia como inexplicables déjà vus. Algunos de mis sueños suelen ser tan vívidos que, más de una vez, me he sorprendido contando con lujo de detalles experiencias que tuve cuando estaba dormida. Es más, creo que gran parte de mi memoria se compone de momentos robados a los sueños y a la ficción.
Últimamente, las señales provienen de la naturaleza, específicamente, del mundo animal. Diferentes especies han desfilado no sólo en las historias ficcionales que leo y miro (sapos, ciervos y vacas), sino también en la cotidianeidad de mi biblioteca. Hace unos días, escuché el minúsculo aletear de dos mariquitas empecinadas en posarse en mis manos. Hoy, recibí la visita inesperada de un gorrión, con la que me pegué un buen susto, la verdad. Abría la puerta de mi habitación, cuando sentí un ruido extraño y vi al pequeño pájaro posado sobre el anaquel superior de la biblioteca. Fue muy grande mi sorpresa, porque había juntado las hojas de la ventana antes de salir y no había viento. Por lo tanto, barajo dos hipótesis (una más increíble que la otra).La primera: el gorrión escuchó que las mariquitas suelen reunirse en el azul de mi habitación, así que decidió empujar la ventana y dar un vistazo en el interior. La segunda, y la que más me gusta: el gorrión escapó de uno de los libros, quién sabe, podría ser uno de los pájaros que anidaban en las torres de Thornfield Hall y despertaban a Jane Eyre con sus trinos...