4 de octubre de 2017

Una habitación con vistas (1908), de E. M. Foster



La entrañable historia de Una habitación con vistas (1908)  se desarrolla en dos ciudades de temperamentos opuestos, la intrépida Florencia y la convencional Somerset, en el suroeste de Inglaterra. Lejos de ser éste un dato meramente informativo, debo aclararles que en la narrativa de Foster los espacios y los cambios espaciales tienen grandes consecuencias en la vida de sus personajes. En esta oportunidad, nos encontramos con Lucy Honeychurch, una inocente jovencita inglesa, y Charlotte Bartlett, su dama de compañía. Lucy emprende el tradicional viaje iniciático hacia una de las cunas de la cultura occidental, con la intención de "ampliar sus miras", de por sí bastante estrechas.

A su llegada a la pensión Bertolini se encuentran con el primer inconveniente de su estadía, les asignan habitaciones interiores y desprovistas de vistas. Aquí es cuando el señor Emerson y su hijo George hacen su primera aparición. Los caballeros se hospedan en el mismo lugar y les ofrecen sus vistas, es decir, unas habitaciones que sí dan hacia el río Arno. Este simple gesto de intercambio, como ya se imaginarán, no sólo ampliará el horizonte visual de las dos mujeres. En la pensión, además, se cruzan con otras damas viajeras, como las hermanas Alan y la escritora Eleanor Lavish, que anda en búsqueda de personajes para su novela y ve en Lucy a una potencial heroína. 


Sin embargo, quisiera volver a los Emerson y su papel fundamental en el despertar de la protagonista. Dentro de un mundo de convenciones, etiquetas y dobleces; ellos actúan regidos sólo por el sentimiento y las buenas intenciones. De la misma manera que el señor Emerson no duda en ofrecer su amistad y conversación a todo aquel que conoce, el tímido George no titubea en entregar su corazón a Lucy casi desde el primer momento en que la ve. 




De pie en el margen, como un nadador que se prepara, estaba el buen hombre. Pero no era el buen hombre que ella había pensado, y estaba solo.







George se había vuelto al oír su llegada. Por un momento la contempló, como si fuera alguien que bajaba de los cielos. Vio la radiante alegría de su cara, las flores que batían su vestido en olas azuladas. Los arbustos que la encerraban por encima. 




Subió rápidamente  hasta donde ella estaba y la besó.
 (Capítulo VI)






Es que este George Emerson es todo un "caballero andante" y, como tal, sigue los preceptos del amor cortés. Mientras más difícil sea la situación, más optimista y esperanzado se mostrará. No solo estamos frente a una novela maravillosamente relatada, sino también muy conmovedora. La adaptación cinematográfica de 1985, de la cual he tomado prestadas las imágenes, también está maravillosamente lograda. No les parecerá raro si les comento que está dirigida por James Ivory (Lo que queda del día, 1993) y protagonizada por Helena Bonham Carter, Julian Sands, Maggie Smith y Julie Dench, entre otros grandes actores.

Edward Morgan Foster (1879-1970) fue un novelista y libretista inglés, cuya narrativa se caracteriza por el cuidado en la selección de las palabras, sus descripciones casi cinematográficas, su poder de síntesis y un increíble uso de la elipsis narrativa (no cuenta, más bien sugiere). En mi imaginario lector, lo emparento con novelistas tales como Henry James, Virginia Woolf y Elizabeth Bowen, ya que en su obra también es perceptible la caricatura sutil de las normas sociales de la clase alta inglesa de principios del siglo XX, hasta hacerlas risibles. Dentro de su vasta producción, destaco: Howards End (1910), Maurice (1971) y Pasaje a la India (1925); en las que empiezo a adentrarme de a poco.

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